La cara oculta del cacao: deforestación y explotación
La producción de cacao ha sido, durante décadas, uno de los motores de la deforestación en zonas tropicales, especialmente en África occidental. Ghana y Costa de Marfil, los mayores productores mundiales, han perdido extensas áreas de selva para plantar cacao. Estas prácticas han destruido hábitats de especies como elefantes o chimpancés y han empobrecido los suelos, que quedan agotados después de unos pocos años de cultivo intensivo.
La deforestación se une a otro problema estructural: las condiciones laborales. Muchos productores africanos trabajan bajo sistemas de explotación, incluso con trabajo infantil, y los precios no los ponen los agricultores, sino las grandes corporaciones del chocolate. Así, la riqueza se concentra en unos pocos, mientras que las comunidades pierden tierra, futuro y dignidad.
Certificaciones: ¿garantía o ilusión?
Cuando hablamos de sostenibilidad, es común pensar en certificaciones como Fairtrade o Rainforest Alliance. Sin embargo, estos sellos no siempre garantizan un cambio real. Numerosos estudios han señalado que, a pesar de su presencia, la deforestación sigue avanzando y el trabajo infantil no ha desaparecido.
Además, los costos de estas certificaciones son desproporcionados para los pequeños productores: en muchos casos, hasta seis veces más altos que lo que se paga en Europa. Esto significa que los agricultores con menos recursos quedan excluidos o endeudados, y que el sello se convierte más en un obstáculo que en un apoyo.
Por eso, más que fijarnos en la cantidad de etiquetas en un paquete, es esencial preguntarnos por el origen. Un producto con demasiados certificados puede incluso despertar sospechas entre quienes buscan calidad real: lo importante no es el papel, sino la tierra y las manos que lo cultivan.
El valor del origen y las variedades del cacao
No todos los cacaos africanos o asiáticos son sinónimo de baja calidad: existen híbridos modernos con perfiles de sabor muy interesantes, utilizados incluso en chocolates finos. Sin embargo, su desarrollo ha estado guiado principalmente por la necesidad de lograr un mayor rendimiento y resistencia, lo que los hace más adecuados para la producción industrial que para lo ceremonial, donde buscamos conexión cultural, intención y profundidad medicinal.
En cambio, en América —cuna ancestral del cacao— sobreviven variedades como el Criollo, el Nacional o el Chuncho, entre otras. Estos cacaos conservan no solo sabores complejos y aromáticos, sino también un valor cultural y espiritual ligado a miles de años de historia. Representan la raíz de lo que entendemos por cacao ceremonial: un alimento vivo que conecta con la memoria y la tierra de los pueblos originarios.
La verdadera sostenibilidad en el campo de cacao
La sostenibilidad se vive directamente en la tierra. Un campo de cacao sostenible no es un monocultivo silencioso, sino un paisaje vivo lleno de sonidos, aromas y diversidad.
En estas fincas, el cacao convive con otros cultivos: plátanos, mangos, aguacates, maíz, hierbas medicinales y flores. Esta policultura protege el suelo de la erosión, atrae polinizadores y mantiene la fertilidad. Los árboles altos dan sombra al cacao, regulando la humedad y evitando que el sol directo lo queme.
La fertilidad se mantiene gracias a la naturaleza misma: después de cada cosecha, las cáscaras de las mazorcas vuelven al suelo como abono orgánico, cubriendo la tierra como un manto protector. Los residuos no son basura, son vida que regresa al ciclo natural. Así, el campo no solo produce cacao, sino también alimentos y medicina para la comunidad que lo cultiva.
Este tipo de cultivo requiere paciencia y visión de futuro: no busca la máxima producción inmediata, sino cuidar un ecosistema para que dure generaciones. El cacao que nace de estas tierras está impregnado de equilibrio, amor y respeto. Es menos abundante que el de una plantación industrial, pero infinitamente más valioso, porque protege tanto la salud del consumidor como la del planeta.
Cacao y futuro: economía con conciencia
Trabajar de forma sostenible significa también pensar en la economía de otra manera. No se trata de producir al menor costo, sino de valorar la tierra y el trabajo humano de forma justa. La sostenibilidad real se sostiene en tres pilares inseparables: la tierra, la comunidad y el tiempo.
Un modelo basado en monocultivos y deforestación puede generar ganancias rápidas, pero destruye el futuro de quienes dependen de la tierra. En cambio, un modelo sostenible cuida de todo y de todos, crea alimentos sanos, fortalece comunidades y asegura que la tierra pueda seguir dando vida durante décadas.
Conclusión: más allá del sello, el compromiso real
La sostenibilidad en el cacao no se mide por certificados, sino por prácticas vivas: diversidad, compostaje natural, respeto a la tierra y justicia para quienes la trabajan.
Cuando elegimos cacao ceremonial de pequeños productores conscientes, estamos eligiendo mucho más que un alimento: estamos apoyando un modelo de vida que protege el bosque, honra la tierra y fortalece a las comunidades.
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