Granos de cacao fresco bajo el árbol en una finca de origen, representando la conexión con la tierra y el cultivo ancestral del cacao.

El Viaje de Sumay: Cómo Nació un Cacao Ceremonial con Alma

Hace un tiempo sentí la necesidad de ir en busca de Sumay. Aunque llevaba años trabajando con el cacao y sintiendo su poder como planta maestra, algo en mí pedía ir más allá en el compartir. Una mañana me desperté con una claridad inesperada: tenía que viajar a Perú. Había un cacao que me estaba llamando, y yo necesitaba escuchar.

Con algunos llamados y mucha intuición, empecé a organizar un viaje casi a ciegas. Busqué pasaje, ordené la rutina en España y me lancé a Lima con una maleta sencilla y el corazón abierto.

Perú me recibió vibrante. En los primeros encuentros con productores probé diferentes muestras de cacao. Algunas no conectaban conmigo, pero hubo una en particular que me provocó una sonrisa que enseguida se convirtió en risa. Ese cacao tenía algo vivo, algo que despertó en mí una alegría profunda. Quise saber más, así que comencé a mover hilos, hacer llamadas y organizar una ruta por distintas regiones para conocer quiénes estaban detrás de ese cacao tan especial.

Mi camino siguió hacia el norte, a una zona amazónica donde el cacao crece en abundancia. Visité cooperativas, familias agricultoras y plantas de procesamiento. Aunque la temporada de lluvias había dejado pocas cosechas, fui recibida con calidez y generosidad. Muchas de estas familias cultivaban cacao como alimento nutritivo, sin conocer aún su dimensión ceremonial, pero su conexión con la tierra y sus prácticas comunitarias eran evidentes. Sentí que estaba cada vez más cerca de la respuesta que había ido a buscar.

El viaje continuó hacia Cusco, donde conocí a Alfredo, productor de tercera generación. Su cacao era el que me había hecho reír en aquella primera degustación. Me mostró su planta de producción, me compartió la historia de su familia y organizó una visita a sus chacras. Llegar allí fue como entrar en otro mundo: caminos de montaña, lluvias intensas, naturaleza que vibraba. Alfredo nos enseñó los árboles que había plantado su padre, la piedra donde su madre hacía ofrendas y los rincones donde su familia había trabajado durante décadas. En ese lugar, sentí que estaba más cerca de Sumay que nunca.

De ese encuentro nació nuestra Pasta de Cacao Vida Cotidiana, una variedad criolla pura que hoy forma parte esencial de nuestros rituales. Pero Sumay no era solo un cacao: era el trabajo en comunidad, el respeto por la tierra, la fuerza de las cooperativas y la conciencia social. Era la medicina viva que se respira en cada etapa del proceso.

Poco después conocí a una cooperativa de mujeres que trabajaba con una alegría contagiosa, cuidando el cacao con amor y dedicación. Ahí supe que quería ser parte de ese proyecto y traer este cacao a Europa, no solo por su calidad, sino por todo lo que representaba.

Cada muestra, cada visita y cada conversación me revelaron que Sumay no era un producto: era un vínculo. Una vibración. Una promesa de autenticidad. Después de aprender cómo fermentan y secan el cacao, cómo elaboran la pasta, y tras compartirles cómo yo trabajo con él en ceremonias, nació una colaboración sincera y profunda.

Hoy, Sumay Cacao trae a Europa un cacao ceremonial puro, sin híbridos, de origen, cultivado por familias y comunidades que creen en la dignidad, el trabajo consciente y la armonía con la tierra. Una medicina que sigue enseñándome cada día.

Volví a casa, pero ese viaje continúa dentro de mí. Sumay fue un recorrido externo e interno. Un viaje por montañas, ríos, aromas y silencios. Una ofrenda. Un llamado a crear algo verdadero, bello y luminoso.

Sumay significa “belleza sencilla, pura y luminosa”.
Eso es lo que el cacao representa para mí.
Y eso es lo que deseo compartir, taza a taza.

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